Mujer de pezones rosados
La mujer de pezones rosados, habla de mí, sonríe,
sé de ella porque la pienso y si la pienso es porque lo sabe,
si lo sabe es por que lo siente, y si lo siente es porque existe
por lo tanto la tengo de frente, que te cuento de la cuerva de sus senos,
y del espacio tan obtuso que existe entre ellos,
si con mirarla es suficiente para desafiar las buenas costumbres.
Camina zigzagueando las caderas, provoca erecciones a su paso,
diluye en saliva mi tacto, levanta sus faldas y reta al aire,
abre los labios y condena a la distancia, acaricia, sabe hacerlo,
su lúbrico entorno disimula una suerte de batallas,
la piel es tan blanca y tersa
similar al terciopelo,
una mirada fulmina,
lo que un roce de su sexo te eyacula,
la he sentido,
la he tenido casi cinco veces,
la sueño, a diario, a ratos, despierto,
en pleno acto, la sé presente,
es tanto como la sed de mi victoria perdida,
muerdo un sonido por no nombrarla,
pronuncia su nombre y aparece,
no la mires a los ojos te petrifica, te disloca en un concepto abstracto,
muerde despacio, se mantiene altiva, se jacta de sórdida,
dominatriz por naturaleza, mía por momentos, ardorosa por instinto.
La mujer de pezones rosados conoce mi debilidad,
me besa los labios,
me mantiene despierto,
despabila mi marlo,
lo devora,
con ansia lo devora,
tiene las nalgas a cuatro cuartas de los tobillos,
respira y hace un torbellino,
se inclina y crea una calamidad inaudita…
Qué te cuento de ella:
la tengo ahora,
de frente,
hace la señal esperada,
comienzo,
comienzo,
comienzo...
vuelo.