lunes, marzo 28

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Ya, ya, dijimos que no ibamos a darle más cuerda...

Decidimos que esto estuvo muy gracioso:

A quien le pueda interesar


Hola, me llamo Berta y sufro el síndrome de Estocolmo.

El diagnóstico ha sido emitido por un eminente psiquiatra, de cuyo nombre no me acuerdo, que en sus ratos libres escribe interesantes tratados científicos asomado a un balcón, o desde una página de deportes... no sé bien.

Dicen que mal de muchos es consuelo de tontos, y como tal, me siento afortunada de no ser la única ni estar sola, ya que formo parte de un grupo de afectadas, todas diagnosticadas por la misma celebridad, que sospechosamente tenemos algo en común: somos mujeres. Y es que, por lo que se deduce de las palabras del especialista, parece ser que es el sexo femenino el más propenso a padecer dicha patología. No sé si tendrá  que ver nuestro bajísimo coeficiente intelectual, espero que no.

Gracias al avezado y escribiente psiquiatra, he descubierto que el talento de las grandes escritoras y poetas que enriquecen la Literatura Universal no ha radicado en la calidad de su escritura, como algunos ingenuos podrían pensar, sino en la habilidad, rapidez y astucia que han tenido para levantarse la falda delante de la persona adecuada.

Antes de leer el mencionado artículo yo era tan simple y descerebrada, que creía que eso de la liberación femenina consistía, como la propia palabra indica, en liberarse de la ropa y mover el cu-cú. Pero he comprendido que no, que el quid de la cuestión está en concienciarse de que no somos “objetos” ni “cosas” (como preferiría llamarnos el poeta Lizalde), sino monas de feria aficionadas a pelearnos en plena calle con el objetivo de quitarnos al mancebo, para disfrute del propio mancebo o de algún otro homínido-macho-dominante que nos mirará y nos jaleará complacido.

Estaba convencida de que la única utilidad que tenía mi linda cabecita era la de servir como base de sujeción a mis preciosas orejas, pero después de leer la tesis doctoral, sé que también contiene un cerebro (oh, sorpresa) con el que puedo maquinar la mejor manera de pisotear a mis congéneres. O lo que es lo mismo: urdir una estrategia para quitarme la ropa con mayor rapidez que ellas y contonear más ágilmente el cu-cú.

La envidia no es, como yo suponía, un sentimiento negativo que podemos padecer en algún momento (con mayor o menor frecuencia e intensidad) los especímenes del género humano, independientemente del sexo que nos haya tocado en suerte. No, la envidia es un “viejo vicio” fomentado especialmente por nosotras. Rara vez habrán visto a un brillante articulista-machito emplear malas artes (ni malas letras) para descalificar a un grupo editorial, ni arremeter contra unas mujeres que son libres para hacer o escribir sobre lo que les venga en gana… Nunca habrán visto tampoco a un amigo desleal y resentido que se dedique a apuñalar por la espalda, o a esparcir mierda por doquier para decir después que se retira. Imposible, esos comportamientos son característicos de las féminas, más concretamente de las grises gatitas de porcel made in no sé qué.

Es una pena no poder hacer llegar al ángel redentor mi infinito agradecimiento por sus sabias enseñanzas. Supongo que estará abrumado por el trabajo: leyendo las cartas de su legión de admiradores y admiradoras, preparando nuevos artículos sobre psiquiatría y poesía… Tanto trabajo, que ha tenido que contratar los servicios de un ayudante: Sancho H. Panza, gran estudioso y amante de los perros ladradores.

Concluyo mi terapia por hoy. Regreso a la cueva, a esperar a mi hombre del Cromañón (que no es el secuestrador) para que me saque de paseo; arrastrándome del cabello, por supuesto. Antes me gustaría confesar (y confieso) que para que estas mediocres y tontas letras (no se olviden que soy una mujer) puedan ver la luz, me he tenido que desnudar varias veces y pelearme con el resto de afectadas por el síndrome de Estocolmo. Es evidente quién ha ganado… tengo las uñas muy afiladas.

Aprovecho que nuestro salvador no me lee para enviar un afectuoso saludo y toda mi solidaridad a las rivales con las que comparto patología. Otro saludo para el secuestrador (es lo que tiene este síndrome…)

Berta Tarbe

Pd.: Invito al virtuoso articulista, si le apetece y sus ocupaciones se lo permiten, a que haga un ejercicio de introspección y reflexione sobre la definición que un reconocido psiquiatra estadounidense colega suyo, Harry Stack Sullivan, utilizó hace un par de siglos para describir ese “viejo vicio” por todos conocido:

"La envidia es un sentimiento de aguda incomodidad, determinada por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener".



jueves, marzo 24

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Roberto Absenti y su "oficio" de mirón

Sr. Absenti.

No hay mejor descripción que la que usted ha dado a su  Trabajo, donde,  según sus propias palabras, ejerce un OFICIO de mirón; efectivamente  lo es.
MORVOZ acostumbra a tratar con profesionales de la comunicación y del uso de la palabra, como no es su caso, ya que en el “artículo” que publicó el día 13 de marzo del año en curso, en su famosa sección “El balcón literario”, hace  referencia (con notoria mala fe)  a la Editorial Morvoz, a la cual pertenezco con orgullo, dejando en evidencia su personalidad pusilánime, escondiendo su rostro tras un antifaz. Quede bien claro que de ninguna manera pretendo  coartar su libertad de expresión; creo en el libre albedrío y en el derecho natural de comentar nuestros gustos e intereses, sin embargo, deja mucho que desear la forma desdeñosa que utiliza para escribir sobre el trabajo de nuestros colaboradores, y sobre todo, la descalificación antipática, humillante  y  grosera  que emplea para referirse a las modelos de la editorial: gatitas de porcel made in Tepito. Vierte fuertes declaraciones sobre las esposas de los artistas que integran la editorial, mofándose y poniendo en tela de juicio su fidelidad, sin valor para mencionar sus nombres, realizando una pseudo crítica hacia los artistas que no tiene absolutamente nada que ver con nuestro trabajo. Su lírica, morbosa y malintencionada, deja visible la falta de ética y la educación  misógina que de cuna  trae. Es denigrante la imagen que intenta dar de nosotras, pues somos mujeres mexicanas comunes, cotidianas, que no necesitamos imitar estereotipos mediáticos, extranjerizantes o plásticos  para demostrar valor y merecer el respeto al que tenemos derecho por naturaleza. Usted parece olvidar que tiene una madre, que suponemos es mexicana, tal vez hermanas e hijas, y en caso de no ser así, debería respetarnos aunque sólo sea por el  hecho de vivir en este país, cuyas mujeres, ¡todas!, incluyendo a las suyas,  somos tan comunes y sencillas como las que aparecen en nuestras publicaciones.

Lo invito a:

1.    Informarse adecuadamente sobre la finalidad de la editorial; es erótica, sí, pero en defensa del ejercicio de la libre sexualidad, sin provocar daños a terceros, exaltando los derechos de la mujer, dándole voz y voto.
2.    Asegúrese de publicar artículos verídicos, mejore su vocabulario, corrija su redacción, y por favor, dé calidad y escriba única y exclusivamente sobre el trabajo que desee criticar, no de la vida personal de los implicados (que, además, tendría que comprobar), de lo contrario seguirá demeritando su colaboración y la revista que representa, ¿no ve que se juega su credibilidad y reputación?
3.    Dar la cara y ofrecer una disculpa pública por las ofensas a nuestras modelos y colaboradores. Tenga hombría y valor civil, demuéstrelo.

Y como puedo presumir de tener carácter y pantalones, siendo mujer, no me escondo y dejo a su disposición el derecho de réplica, mi identidad y correo.

Atentamente:

Liliana Ortiz (Agatha)     
Lic. en Derecho, “esposa gris”, modelo, artista plástico y de performance.

maravilla_astrid @hotmail.com


lunes, marzo 21

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Leticia Luna / Alex Zmeckye

I

Mi cuerpo es claro, el tuyo oscuro
y en la aromosa claridad nocturna
nuestras lenguas se enlazan
   con negritud de día
este deseo que nos invade
lo sé, viene de ser otros continentes
otros ríos que buscan cauce
hasta llegar al territorio
donde el color de nuestra piel
   desaparece
y encuentra
   esta infinita luz
               que nos traspasa


IV

Tú tienes el deseo entre las manos
me tocas y soy tuya
crepito, como el relámpago estoy viva
soy agua que te sacia
tengo las redondeces de la tierra
la voluptuosidad del río
pero me alejas de este mundo
oscura e invisible



VII

Pasan los días
y comienzas a decirme
cómo debo arreglarme el pelo
los labios naturales
las flores por perfume
sigues lamiéndome
el cuerpo de espuma
que me provoca tu deseo


IX

Somos dos animales hambrientos de deseo
Nada es sucio me dices
mientras cabalgas en mi cuerpo
y la violencia de nuestros sexos enjoyados
    florece como espigas


Textos:  Leticia Luna, Fragmentos de "El amante y la espiga"
Fotografía: Alex Zmeckye
Modelo: Soren

miércoles, marzo 16

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Morvoz respalda la opinión de sus colaboradores...

He leído un artículo (de alguna manera habrá que llamarlo) en una “supuesta” revista poética, en el que el autor lanza toda su artillería pesada “presuntamente” contra Editorial Morvoz.


“Supuesta”, porque opino que una revista (o lo que sea) que se autodenomina poética, lo primero que debería revisar es su ortografía y gramática, y ese texto está salpicado de algunas faltas ortográficas que dañan ligeramente la vista.


“Presuntamente”, porque el creador de tan brillantes palabras no ha tenido güevos (usando sus términos) para dar nombres, pero como copia frases literales de las páginas de Morvoz, es más que evidente que se refiere a ellos, y que, además, es un fiel seguidor de sus trabajos. Por cierto, en la fotografía que lo precede aparece un hombre enmascarado, detalle que me parece más que significativo.


Como lectora de Morvoz, como colaboradora eventual, y como mujer (podría ser, incluso, que como modelo… ahí lo dejo), me he sentido ofendida por el contenido del “artículo”, y he llegado a la conclusión de que el artífice debe ser el propietario de una mente retorcida, de esas que se dedican a dar la vuelta a la tortilla para cambiar la versión de los hechos, y que posiblemente sea su mente calenturienta y misógina la que tenga ese concepto de la mujer. En fin, uno de esos tipos cuya sensibilidad artística se concentra única y exclusivamente en sus partes más nobles, y que se ponen cachondos cuando ven (si es que lo ven) un cuadro de Rubens, Goya o Botticelli, en el que aparece una mujer desnuda o... ¿quién sabe?, mirando el David de Miguel Ángel. Presuntamente otra vez, porque a ciencia cierta no lo sé.


Por último, invito al virtuoso articulista a que haga una reflexión sobre este sabio y filosófico pensamiento: “Para hablar con la boca grande hay que tener el culo muy limpio”.


Berta Tarbe


Pd. Marváz también respalda las opiniones, quede claro.










sábado, marzo 12

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AGATHA TEMPESTAD




Agatha ¿dónde ahora?


A punto de someter la tragedia más atroz de la existencia impura, grito tu nombre de madrugada, en medio de los silencios que causan los amantes en cama sin saber que afuera el dolor es la fuente tormentosa que marca mis ruegos a la luna, pasaron noches clandestinas, días incipientes, cadáveres de letras en las que no conseguí refugiar esta pena amarga que sigue transitando desde el momento de tu feroz partida, al no saber de ti, pregunté a los ancianos de Verona, a los fuegos de Palestina, a los iniciados de Portugal, nadie sabia nada, creyeron que mi locura había dado un vuelco y se había convertido en esquizofrenia, proterva hora en que mis labios dejaron de rozar el camino que tus pasos marcaban de forma despectiva, la clemencia es un arte completo que no te compete y sigues atesorando tu egolatría con tal de verme rendido, las mañanas claras en las que el ron era el acervo necesario para vivir de pie, si a esos momentos se le podían llamar vida, no te encuentro y mis pies llagados no descansan con tal de escucharte, naturaleza mía.

¿Agatha, dónde estás?

Sé también que no en los restos de cicuta con que Sócrates quedó tendido, ni en los clavos del Cristo narcisista, no en la Tora, ni en el libro de Nod, tal vez mañana una señal bélica marque un sito donde pueda hallarte, como sea y como quieras, desterrada del sabor a tinto, naufragante entre ajenjo asequible, una lágrima fue dibujando tu partida con sabor a opio y crack, sin más ganas que fastidiar el existencialismo y la beatitud de este mundano ciclo, doce veces siniestro y recostado en el catre podrido que quedó del escombro de tu vacío, inhiesto ahora deambulando entre las más divinas tentaciones pero sin el pecado supremo de tu sexo celeste, ¿dónde ahora?, Agatha anarquía y demencia, un laurel viaja lento y no encuentro construirlo liviano ante la inaudita clemencia de la gravedad, pasaste de ser sueño a surrealismo sugestivo, un posesivo ente taladrado por la desdicha.

¿Agatha, dónde estás?

Sé que no en mis labios descompuestos, ni en mis ojos libertinos, no en las manchas del camastro, ni en la podredumbre de la sociedad, no en aquelarres ni en el esoterismo, no en las tumbas Mexicas ni en los sudarios sacros, no en las ruinas de Gomorra ni en los cuentos de demonios, sigo en tu búsqueda constante con tal de mirarte una vez a mis pies, desafiando mi instinto de canalla, mi lado sinistro, serás por momentos necesidad o principio pero no siempre, de un segundo a otro eres la puta del siglo, una apología barata, la mal nacida del Tíbet, la consonante ignorada, la sentencia de Hannibal.

¿Agatha, dónde ahora?
¿Dónde tu veneno barato?
¿Dónde tu amor enfermizo?
¿Dónde tu cuerpo de serpiente?

¿Dónde habitas ahora en que te necesito? no sé si son tus formas las que ansío o tu alma pecadora e intangible, no sé si es la hora en que mis manos tiemblan por caprichos banales o en las que mis piernas necesitan calor vehemente, antes de volar me acercaré despacio sin más palabras que las que conoces sobremanera, Agatha intranquila, puedo ver tu equilibro desmoronado, Agatha intensa eres la misma, las mismas faldas, las mismas ganas, Agatha estallido perpetuo, plaga constante…

Agatha, ¿dónde tus rezos, dónde tu sexo?
Agatha miedo, ¿dónde tus labios?
Agatha liviana, ¿dónde tu tiempo?
Agatha, ¿dónde estás?
Agatha, ¿dónde estás?
puta mía, ¿dónde estás?

martes, marzo 8

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Mujer y no morir en el intento...


Modelo: Agatha
Foto: Agathokles
Modelo: Soren
Foto: Alexander Zmeckye
Modelo: Frida
Foto: Marváz

Morvoz y todos sus integrantes,

en pleno día de la mujer, no quiere dejar pasar su concepción sobre el exquisito ser que representan, apoyándose de múltiples teorías, dígase física, química, sintaxis, anatomía, poesía, cuento, novela, pintura y untura, fotografía, escultura o dilema.

Sabemos que las salas de arte del mundo completo, estarían vacías si no existieran; tampoco habría poesía, ni lírica, ni cuento valedero, ni una sola novela. Qué decir de las canciones de amor, de los coloridos enseres diarios de cuando son “lo mismo que una lámpara y un vaso de agua y un pan”, de la visión humana, de la mujer que se vuelve gaviota y se escapa con su par de ojos-alas a través de la ventana para no volver, ¿qué pasaría sin la respiración suave que mece nuestras camas entre la pesadillas o los sueños dulces?

Queridas nuestras:

Brindamos por su emancipación, por el respeto, por la no violencia, por el derecho a su cuerpo, y por nuestra incomprensión a su modo de ser.

Felicidades y gracias por todo.

Atte. El corazón en la mano

miércoles, marzo 2

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Berta Tarbe y Marváz

Con el extracto de este relato le damos la bienvenida a Berta Tarbe, ciudadana del mundo (autodefinida como acróbata vaginal sin muestras gratuitas), que pone a nuestra consideración su sapiencia sexual y el desparpajo para las horas del amor, que de su propia boca, dice, -Son todas las del día y la noche-.

Su texto nos recuerda ligeramente a algunas narraciones de Anaís Nin, juzgue usted.

El equipo editorial agradece profundamente sus lúbricas palabras.




Me sobresalté al sentir su aliento cálido en mi cuello y una lengua hábil que descendía por él suavemente para perderse entre mis senos. Supe que no estaba soñando cuando me desabrochó el sujetador con dedos expertos, y desperté por completo en el momento que unos dientes ansiosos se apoderaban de mi pezón izquierdo. Me besaba los labios, los ojos, me lamía el rostro, el lóbulo de la oreja… Introducía su lengua inmensa en mi boca y la abandonaba para buscar de nuevo mis pezones; los chupaba, los mordisqueaba, los succionaba…



Deslizó una mano por debajo de mi cuerpo y me incorporó sin esfuerzo, situándome con la espalda apoyada en la pared y las piernas suspendidas en el borde de la litera. Se arrodilló delante de mí, enterró la cabeza entre mis muslos, y comenzó a explorarme; primero a través del tejido de mis bragas, después retirándolas a una lado y haciéndome sentir el contacto de su lengua, y de toda la boca, en cada entrante o saliente de mi geografía. Yo me aferraba del cabello encrespado y atraía la cabeza hacia mi sexo, intentando que no se alejara ni un centímetro. Pero no hacía falta: parecía que no necesitaba respirar, o mejor aún, que quería respirarme a mí, succionarme, beberme, comerme hasta las entrañas, hacerme desaparecer dentro de su boca mientras mis caderas se retorcían y convulsionaban sin control entre sus manos. Estaba a punto de explosionar cuando se incorporó, con la cara sudorosa y mojada por mis fluidos, y aproveché para desabrochar su cinturón. No llevaba slips, y antes de que el pantalón cayera al suelo, me encontré frente a una erección enorme que me señalaba como un dedo inquisidor y de la de la que escurría una gota espesa y blanquísima que contrastaba con su sexo tan oscuro. Me abalancé hacia ella para devolverle la generosidad que momentos antes había tenido conmigo, pero por más empeño que puse en la faena, no conseguí abarcar con mi boca más que una pequeña parte de su miembro interminable. A él, por los gruñidos de complacencia, parecía que le resultaba más que suficiente. “¡É gostoso! ¡é gostoso!”. Repetía una y otra vez. Tengo que decir que hasta entonces nunca antes había incluido entre mis fantasías eróticas una polla tan grande, es más, incluso me daban algo de pánico, pero a partir de esa noche mis gustos variaron considerablemente.


Aprovechamos cada rincón del reducido espacio, y me penetró en posturas tan complicadas, que me sentí como una experimentada acróbata vaginal: sobre el pequeño lavabo, suspendida en el aire, con mi trasero pegado al cristal de la ventana… Hice alarde de una flexibilidad que ni yo misma conocía, y después de ese viaje di por bien empleado el dinero invertido en el gimnasio. Él alternaba las palabras dulces en español con otras que no había escuchado en mi vida, y emitía unos alaridos salvajes que me excitaban tanto como sus embestidas. “¿Está a gozar?” Y yo, para que no hubiera ninguna confusión con el idioma, me limitaba a repetir, casi sin aliento, sus palabras: ¡É gostoso! Gritaba sin preocuparme de que mi voz pudiera escucharse en el silencio del vagón.


Perdí la cuenta de las veces que me corrí. Él supo reservarse hasta el final, pero cuando lo hizo, pensé que saltarían las alarmas del tren.

Texto: Berta Tarbe (El placer es mío)
Fotos: Eric Marváz
(c) 2012 Editorial Morvoz
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