lunes, diciembre 28

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Concurso de cuento Sibaris-2015.

EDITORIAL


He sido convocado a dar mi opinión acerca de un concurso de cuento denominado "Sibaris-2015" por mi querido amigo Yoss Sibaris, junto con otra cuarteta de amigos. Se seleccionaron entre 21 trabajos, los siguientes tres cuentos que pongo a su consideración y que ojalá pudieran votar para ayudar en la resolución del primero, segundo y tercer lugar. Disfrútelos, son excelentes narraciones. Se publican en su modo original, traten de pasar por alto algunas situaciones de sintaxis y ortografía. Los cuentos se ilustran con fotos de la maravillosa Vainilla Sibari.

Gracias.

La editorial está erotizada de poder publicar estos cuentos, felicidades a las tres.



Lecciones escolares (Dolly Hazel)

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Estaba súper emocionada por ir a clases este primer dia. Mi primer dia en el Colegio eucaristico. Pese a ser un colegio de mujeres no era novedad que hubiese guapisimos profesores.
Pero era muy bien sabido que había un director que aplicaba sesiones disciplinarias cuando había faltas fuertes.
El director era ya mayor. No rondaba los cincuenta años todavía pero si tenia poquito mas de 40 años cerrados. Alto, con una mirada fogosa y un porte elegante e imponente.
Mi hermana mayor ahí había estudiado antes y ella me conto muy poco de el pues quería que yo lo descubriese por mi misma.
Ese dia elegí una lencería bella pensando en incurrir una falta y asi conocer al famoso director. Use unas braguitas, un sostén delicado, ambos en encaje blanco, tan blanco que al sol relucia, y unas medias blancas con liguero. Había que llevar medias blancas pero yo decidi llevarlas con liguero para hacer el uniforme mas sensual. Acto seguidome coloque la camisa blanca sin mangas dejando entrever el inicio de mis senos, la falda a cuadros roja y los zapatitos negros. Rice mi cabello de las puntas y me puse un lazo de seda roja a modo de diadema. Pinte mis largas pestañas y puse una capa de gloss rosado. Ese dia fui a la escuela y se me ocurrió ponerme a pelear con otra chica. Ahora no recuerdo como y porque empezamos con el barullo, lo único que se es que terminamos a golpes y tirones de cabello. Como supondran fui llevada de inmediato a la oficina del director.
- Pase.- Dijo su voz desde adentro.
- Le traigo a esta jovencita que causo un disturbio en el laboratorio de química, señor Sibaris.
- Dejela aquí.
Entonces apareció el. Era tal cual me había dicho mi hermana. Era un maduro con mirada fogosa y porte imponente, si, lo único que no me había dicho la muy perra es que era condenadamente guapo.
- Señorita Haze como es eso de que armo un escandalo en el laboratorio de química? En que estaba pensando?
- Me temo que no lo se Señor.
- Bueno, te daré una breve lección para que pienses mejor sobre tus actos niña. Ahora levantate y solo quédate en ropa interior. Tienes menos de dos minutos, si no lo haces a tiempo te daré diez varazos.
Me quite la camisa blanca arrojandola al suelo y me quite la falda lo mas rápido que me lo permitió la cantidad de botones que tenia ésta.
- Que hermosa lencería. Tienes excelente gusto. Aunque no crees que esta muy transparente?
- Es de encaje Sr.... Sibaris?
- Dime Yoss niña.
- De acuerdo. Es de encaje Yoss por eso se mira asi. Pero si no le agrada comprendo.
- Me gusta pero ese no es el punto.
Saco unas cuerdas largas de color rojo y las fue enrollando alrededor de mi cuello, torso, por entre las piernas y finalmente, como aun tenia las manos libres, me las ato por detrás de la espalda, ya estando atada, saco una vara verde de sauce y me azotó las nalgas hasta que quedaron moradas. Me dio alrededor de cien varazos ( o si fueron mas, a causo del dolor y el llanto ahogado no los conté), habiendo hecho esto, me puso, aun atada, un vibrador por encima de mi braga, lo dejo encendido y posicionado en mi sexo y me dijo que regresaría en una hora.
Esto realmente no me fue molesto los primeros dos orgasmos. Pero después, mi clitoris estaba tan sensible que incluso me estaba produciendo dolor. Entonces tenia el sexo empapado, al igual que mi braguita, y estaba que ya tenía la garganta totalmente cerrada a causa de los excesivos y fuertes gemidos.
Regresó y me dijo:
- Ya has aprendido tu lección?
Respondí con lo que me quedaba de voz que si. Acto seguido apagó el infernal vibrador, y me fue desatando poco a poco y junto con la liberación de las ataduras iba apareciendo un dolorcillo a causa del tiempo que estuve atada. Mi trasero estaba morado y dolorido pero, para mi sorpresa, ese dolor me producía un éxtasis como ninguna otra cosa en mi vida.
Me dio un beso breve en los labios y me ordeno volver a clase. Antes de salir me dijo:
- A la próxima te traes lencería de recambio. No quiero que te vayas mojada a clases!!
Asenti y regrese extasiada y feliz a mi clase.

Mas tarde en casa, al rememorar los hechos, me masturbe varias veces aunque ninguno de los orgasmos que tuve se parecieron a ésos.



EL VECINO DE ENFRENTE (Minou Lune)

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Aquel viernes desperté por la mañana decidida: hoy sería el día en que yo finalmente iría a tocar la puerta del vecino al que llevaba meses espiando. Desayuné sin ser plenamente consciente de los sabores de lo que estaba comiendo; raro en mí. Estaba distraída recordando la primera vez que lo había visto a través de mi ventana. Había sido un viernes, hace varios meses. La mayoría de los chicos que me invitaban a salir me aburrían mortalmente en una cita o menos, así que ese día había decidido quedarme en casa a relajarme. Eran más de las ocho de la noche, cuando miré por mi ventana y los vi: el vecino que vivía en el edificio enfrente del mío, en la misma unidad habitacional; con una mujer acompañándole, vestida con lencería negra, un collar de perro y tacones. Ella estaba amordazada, esposada con las manos por delante, y en cuatro, mientras mi vecino la azotaba con un cinturón. Dejé de ver inmediatamente. Los siguientes días traté de olvidar lo que había visto... La cara de la mujer, el dolor y el placer reflejados en su expresión...
Al terminar mi desayuno me fui a trabajar: era mesera en un restaurante italiano cerca de casa. Llegué tarde, y toda la jornada estuve distraída recordando.
Algunos días después del primer episodio voyeur, me encontré a mi vecino comiendo en el restaurante. No sabía si ése era el primer día que venía o si era el primer día que yo era consciente de su presencia. Él me miró intensamente, como si supiera que yo los había estado espiando hace unos días. Me puse roja como un jitomate. Las siguientes semanas traté de volver a mi rutina de citas aburridas con chicos aburridos, hasta que un día la tentación ganó la batalla y volví a espiarlos. Pronto se volvió un hábito; descubrí que ella no vivía con él, y que sus encuentros tenían lugar todos los viernes a las ocho de la noche, pero no sabía sus nombres. Incluso dejé de salir los viernes con tal de no perderme un momento. Vi a mi vecino atándola con cuerdas, poniendo pinzas en sus pezones, azotándola, masturbándola, vertiendo cera caliente sobre su piel... Incluso alguna vez lo vi tratándola como un perro, siguiéndolo por la habitación con una correa y a cuatro patas. Y siempre terminaba el encuentro con caricias y mimos, tratándola con cariño después de toda la dureza e intensidad.
En mi mente bailaba una duda: ¿por qué mi vecino no cerraba sus cortinas? Con el tiempo comencé a investigar por mi cuenta: encontré en internet blogs, foros, literatura, leí ávidamente todo lo que pude sobre el tema. Mi vecino seguía comiendo en el restaurante de vez en cuando, siempre me dirigía la misma mirada intensa, pero yo ya no me avergonzaba, al contrario, le devolvía la mirada con igual intensidad y determinación.
Regresé al presente al escuchar la voz de mi jefe regañándome por tener desatendidas mis mesas y por equivocarme al ingresar mis comandas. Finalmente terminó mi turno, eran casi las seis de la tarde. El camino a casa fue rápido, cuando llegué me bañé y comencé a alistarme para lo que iba a hacer.

Unos minutos antes de las ocho, salí de mi departamento y subí las escaleras de su edificio. Me escondí entre las sombras y vi a la mujer llegar y tocar la puerta. Esperé cinco minutos después de que ella entrara. Me paré frente a su puerta, inspiré hondo y toqué. Mi vecino abrió la puerta, la mujer detrás de él y de rodillas.



Redención. (Rebeca Salander)


He perdido la noción del tiempo, no tengo la menor idea de cuánto llevo aquí colgada. El frío me ha entumecido las extremidades, apenas puedo mover los dedos.
El lugar en el que me mantiene cautiva tiene un desagradable olor a encierro y humedad. Escucho desde hace horas un constante goteo. No sé cuánto tiempo más podré soportar, mi cuerpo pide a gritos un descanso, aunque aún conservo el ardiente y perverso deseo de que continuar hasta el final...

Creo que han pasado alrededor de tres días desde la última vez que fui libre. Ese día había sido como cualquier otro, volvía a mi casa pensando en las posibilidades de comprar aquella costosa lencería que vi hacía un par de días, era un juego precioso de liguero, medias y corsé, todo en color negro, tal y como me gusta. Debí poner más atención en lo que me rodeaba, pues justo cuando metí distraídamente la llave para abrir la puerta, me cubrieron los ojos y la nariz con un pañuelo empapado. Perdí el conocimiento.
Desperté tiempo después amarrada en una posición sumamente incómoda: mis tobillos y mis muñecas estaban unidas por la espalda, y mis manos sostenían algo que supuse era una placa de vidrio, pesaba demasiado. Moví la cabeza tratando de deshacerme de lo que me cubría los ojos, pero fue inútil, igual que mis esfuerzos por sacarme de la boca lo que me impedía gritar. Escuché pasos. Había más de una persona, me usaron como mesa durante un rato, lo supe por el sonido de los cubiertos golpeando la vajilla y el movimiento sobre la placa, pero no mencionaron ni una palabra durante el tiempo que estuvieron conmigo. Me sentía extrañamente feliz.
Después de un rato los pasos de una sola persona se dirigieron hacia mí, sólo quedábamos él y yo. Me quitó el peso del cristal. El cuerpo me dolía. Sentí sus manos desatándome. La manera en que las cuerdas se deslizaban sobre mi piel me provocaba pequeñas descargas eléctricas; era delicioso. Sin darme cuenta me encontré inclinada hacia adelante, con los codos y las rodillas juntos sujetados fuertemente, se me adormecían, y aunque el rigor del suelo hacía más tortuosa mi posición, yo realmente lo disfrutaba.
Sin previo aviso sentí caer sobre mi espalda un líquido hirviente que me quemaba, turnándose con agua helada. El cambio de temperaturas me hacía estremecer. Se detuvo tan sólo por un minuto. Olía a alcohol. Me bañó con el. Después, un dolor horrible me atravesó. El filo quirúrgico de una navaja me dibujaba todo tipo de figuras a lo largo del cuerpo. No podía contener mis lágrimas. Suplicaba tanto como podía, pero la mordaza en mi boca evitaba que cualquier sonido saliera de mi boca. Sentí el cálido peso de mi sangre recorriendo mi piel, los hilos rojos brotaban como una perfecta sinfonía, tal como si el dolor y el deseo marcaran el ritmo de su salir.
Traté de contenerme, pero el dolor se tornó insoportable cuando un segundo baño de alcohol me cayó encima, seguido de calor, mucho calor. El olor de mi vello corporal quemado se apoderó del lugar. Me desmayé.

Cuando abrí los ojos me vi frente a un enorme espejo: el cuadro que encontré era absolutamente perfecto, estaba suspendida del techo, vistiendo aquella lencería en la que tanto había pensado; las marcas en mi cuerpo lucían horribles, algunas aún sangrantes. Era una escena digna de admiración. La atmósfera que me envolvió me hizo palpitar, y fue el deseo lo que me embriagó. Estaba en el lugar correcto.
Miré a mi alrededor, una habitación vacía, tan sólo el espejo y yo. Mi respiración se agitaba cada vez más, y pude sentir una punzada en mi interior que me hizo retorcer. Estaba empapada y no paraba de temblar, pero esta vez no era por el frío.
Luché contra el cansancio tanto como pude, pero al final no pude evitar cerrar los ojos.

El olor de la comida me devolvió la conciencia, mis ojos estaban cubiertos de nuevo, sin embargo hacía tanto que no comía que mi boca se llenó de saliva. Me llevaron en cuatro patas jalada por el cuello hasta el lugar donde comería, y algo como unas pinzas me mantuvieron la boca abierta durante el tiempo que me alimentaron, haciendo que la comida pasara directo a mi garganta, me provocaban una desagradable sensación de ahogo. Fueron retiradas cuando me dirijió la cabeza hasta un plato con agua.
Me levantó del suelo y por primera vez sentí la calidez de sus manos rozando mi cuerpo, delineó mi rostro con un dedo. No tenía ni la más mínima idea de quién era, pero yo sentía cada célula de mi cuerpo estremecerse al contacto con su piel, me invadió la lujuria. Sentí su respiración acercarse lentamente a mí, atento a cada reacción de mi cuerpo, y aunque yo trataba de controlarme no lograba conseguirlo. Supe que se había dado cuenta de mi pensamiento cuando aproximó su boca a la mía; se detuvo a poco menos de dos milímetros, y después de lo que me pareció una eternidad, me besó por primera vez. Pegó su cuerpo completamente al mío y noté cómo él sentía la misma excitación que yo; me presionó fuertemente contra él. El juego comenzaría de nuevo.
No volví a ver nada más allá del antifaz que cubría mis ojos. Mi mente trabajaba a marchas forzadas. Sentí un par de esposas atrapar mis muñecas, tiró de la correa del cuello y me dirigió a un auto. El recorrido duró unos minutos. Jamás supe la hora ni el día en que me encontraba, pero por el frío que me recorría supuse que estaba entrada la noche, y yo no vestía más que unos tacones y los accesorios que cubrían mi rostro.
El ruido producido por las voces de quién sabe cuánta gente se paró de golpe cuando entré al lugar. Me dirigió hasta algo como un sillón y me recostó sobre él. Pasó algunas cuerdas sobre mis piernas, obligándome a separarlas con cada extremo del asiento y levantó mis manos aún esposadas hasta el otro extremo. Otra vez me encontraba inmovilizada. Un par de minutos después, el frío de pequeñas cosas sobre mi cuerpo me sacaron del trance en el que me encontraba. Ya no era una mesa sobre la cual comer, ahora el plato. Durante un largo rato sentí varias manos quitar y poner más comida sobre mí, y el único sonido que escuchaba era el de sus bocas al masticar. No entendía por qué eso me provocaba tanto, pero creo que fue evidente para todos, pues sentí más de un dedo recogiendo el líquido que salía de entre mis piernas, acompañado del sonido de su saborear. Me sentí avergonzada hasta que sentí sus manos jalándome del cabello dirigiendo mi boca a la suya, y aún con la mordaza puesta, volvió a besarme.
Cuando volvimos al lugar de mi encierro, me amarró de tal manera que no pudiera separar las manos de mis costados y me metió a lo que imaginaba era un féretro, pues no tenía mucho espacio para moverme. Esa noche dormí como jamás lo había hecho, me sentía como nunca antes, totalmente libre.

Después de lo que me parecieron semanas de haber dormido, el sonido de la tabla que cerraba la caja moviéndose me despertó de golpe. Jaló de la cadena de mi cuello obligándome a levantar, me desató con un par de movimientos y me llevó a comer. Me sorprendió la delicadeza con la que me alimentaba, incluso pensé que se trataba de una persona diferente, pero el toque de sus manos era el mismo.
Cuando terminé de comer me llevó a una tina, el agua caliente hacía que las heridas de mi cuerpo hirvieran como el día en que fueron hechas. Grité. Él me cubrió la mano con la boca para después darme una cachetada, no debí gritar. Me lavó completa y cuidadosamente, a excepción de los ojos, que jamás me fueron destapados.
Aún mojada me dirigió hasta un sillón en el cual me ató al respaldo, con las manos hacia abajo. Perdí la cuenta de las veces que fui azotada con un rígido flogger de cuero. La piel me ardía, y nuevamente sentía mi sangre escurrir.
Lo escuché caminar hacia mí, me jaló del cabello hacia atrás y susurró “puta” al oído. Fue la única vez que lo escuché hablar. Después de eso y sin piedad alguna fui sodomizada con todo tipo de objetos, y justo cuando un grito se me escapó, metió una bola grande en mi boca impidiendo que pudiera emitir sonido alguno, sólo mi saliva escurriendo podía salir de ahí.
Se fue por un rato, dejándome con tantos objetos insertados como me era posible y a su regreso escuché el sonido que hacen los cartuchos de butano al ser usados. Mis lágrimas comenzaron a caer. El hierro caliente en una de mis nalgas me provocó el peor dolor que había sentido hasta ese entonces, juraría que mi corazón se detuvo por un momento, era insoportable.

Ahora me encuentro aquí, haciendo equilibrio en un pequeño espacio, el resto de mi cuerpo está recargado en una tabla y mis brazos están extendidos, creo que es una cruz.
De pronto un silencio casi sepulcral invadió la habitación, ni siquiera estoy segura de mi respiración, no escucho nada. Tampoco soy capaz de distinguir el sentimiento más fuerte en mí. El miedo me ronda desde hace horas, jamás había estado tan aterrada como en este momento, sin embargo, me siento a un paso del nirvana, casi asfixiada por el placer que todo esto me produce. Nunca creí en cielos ni en infiernos, pero ahora sé que existen, pues cada golpe y cada centímetro de mi piel que ha sentido dolor son parte del único infierno que me lleva a ese espacio en el que no existe nada, ni siquiera mi cuerpo; un lugar en donde sólo existe esto que siento, y eso es el cielo.

Lo escucho caminar hacia mí y nuevamente me seduce el exquisito roce de las cuerdas sobre mis manos, las amarra de modo que la palma queda expuesta, y entonces lo siento: mi mano está siendo perforada con un enorme clavo. Me es imposible callar mis gritos de dolor. La boca me sabe a sangre. Casa golpe del martillo me hace delirar. Le suplico que se detenga y sorprendentemente lo hace, pero mi alivio se esfuma al darme cuenta de que solamente lo hizo para dedicarse a la otra mano. Estoy temblando de dolor. ¿Qué piensa hacer ahora? Perfora mi abdomen, profundamente, lo sé...

Y por un segundo, justo antes de que la luz dentro de mí se apague para siempre, el antifaz de mis ojos cae al suelo, y entonces lo puedo ver: es Yoss.







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jueves, diciembre 10

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Y así nos fue en Coatepec...

EDITORIAL


Fotografía por: Arturo Pizá.

La estrella de oro.
Coatepec, Veracruz.



Kayani Revueltas
El Marváz tengas...
Oz y el respetable.
A través del espejo.
Antes y después de ir al baño.
Aquella mesa del rincón.
Recreo de quien quiere andar la tierra.
Poesía.
Zapata, Verónica y el Barváz.
Dicen que yo soy un negro...
Óscar Sobal.
Verónica Lozada.
Talentos.
Más talentos.
Los mismos talentos, pero remasterizados.
Hartos talentos (jejeje).










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