Tengo miedo de amanecer en silencio y con la boca borrada por falta de ti, la esperanza muere, puedo sentir su último hálito en la cabeza, dice tiernamente mi nombre dejando una reverberación en el oscuro eco que choca en mi cuerpo, no estás más, resigno las manos no la cabeza, el corazón no entiende por si sólo, es tan fácil partir como mirar en un giro 180, sintiendo la daga cada grado punzante de un recuerdo feroz o talvez uno amargo, es sencillo esperar de madrugada quemando las líneas que me incitaban a amar.
Freno creyendo que del otro lado no estarás,
te ves sentada en la lisonja al cielo,
soy participe de nada,
maestro de espectros,
nací teniendo 27, marcado de la frente,
con las manos temblorosas a falta de tabaco,
tampoco estabas, es así de real y efímero,
mira las lagrimas del camposanto,
ellas me han sembrado caricias,
a ellas vuelvo, tranquilo tampoco…
A la luz se calza la mirada al horizonte en que no te respiro, pero en ello rebota parte de tu nombre, en sueños hipnóticos que apareces de repente para tratar y ser eliminada, ¿En verdad es lo qué necesito? un eterno ramo de espinas, una fusta para permanecer atento, un placer de cerezas rebosadas en tu pecho casi desnudo y colorido, unos labios que sepan hablar a Dios aunque sea figurativo, nuevamente despierta la señora esperanza esta vez tan cargada de luto, con claveles en las manos y la imagen de mi rostro fulgurante en las oquedades cadavéricas que la identifican, están por terminar las líneas siempre, ayer pasó lo mismo, ¿Me oyes? creo hoy en lo que busco, quiero creer en lo divino.
Al amanecer inquieta cierra los ojos,
¿Lo ves?
soy tan yo en esencia, rozando unos labios
a los que no pertenezco.