¿Pero qué está diciendo? Se ha vuelto loco.
Con una mano me sujeta desde atrás por el estómago y me atrae hacia él; con la otra estruja mis pechos. Intento apartarlo de mí pero sigue apretándome con fuerza y no puedo. Forcejeo, aunque parece que eso le excita más y opto por quedarme quieta, agarrada a las puertas de la mampara entreabierta. Recorre con dos dedos la separación de mis nalgas tanteando hasta encontrar lo que busca, después hace lo mismo con su pene. Presiona con una mano mi vientre y consigue que me doble hacia delante. Intento desprenderme de nuevo de su brazo, pero aumenta la presión y no permite que me mueva. Estoy tensa y tengo los músculos contraídos. No puede entrar. Con dos golpes secos consigue finalmente introducirse dentro de mí y el dolor me corta la respiración, después el aire fluye de golpe en forma de alarido. Sé que ha salido de mi boca pero lo oigo desde lejos. Empieza a embestirme con fuerza, con furia, como si golpeara con un puño en la pared maldiciendo todas sus frustraciones. Ahora me rodea con un brazo la cintura y con el otro la pelvis; no puedo moverme por más que intento sacarle fuera de mí y escapar de la bañera. Sus testículos chocan bruscamente una y otra vez contra la parte interior de mis muslos. Gemidos de dolor y de impotencia escapan de mi garganta sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Me está violando… Roberto me está violando. Me hace daño, y lo peor no es el dolor físico; duele mucho más la humillación y la impotencia. Jadea en mi oído como un cerdo. Me desgarra… me rompe. Ya no opongo resistencia ni intento escapar, no puedo. Me aferro con fuerza al marco superior de la mampara como si me fuera en ello la vida hasta que las manos me duelen, pero aún así no lo suelto ni aflojo la presión. Que termine de una vez.
Con una mano me sujeta desde atrás por el estómago y me atrae hacia él; con la otra estruja mis pechos. Intento apartarlo de mí pero sigue apretándome con fuerza y no puedo. Forcejeo, aunque parece que eso le excita más y opto por quedarme quieta, agarrada a las puertas de la mampara entreabierta. Recorre con dos dedos la separación de mis nalgas tanteando hasta encontrar lo que busca, después hace lo mismo con su pene. Presiona con una mano mi vientre y consigue que me doble hacia delante. Intento desprenderme de nuevo de su brazo, pero aumenta la presión y no permite que me mueva. Estoy tensa y tengo los músculos contraídos. No puede entrar. Con dos golpes secos consigue finalmente introducirse dentro de mí y el dolor me corta la respiración, después el aire fluye de golpe en forma de alarido. Sé que ha salido de mi boca pero lo oigo desde lejos. Empieza a embestirme con fuerza, con furia, como si golpeara con un puño en la pared maldiciendo todas sus frustraciones. Ahora me rodea con un brazo la cintura y con el otro la pelvis; no puedo moverme por más que intento sacarle fuera de mí y escapar de la bañera. Sus testículos chocan bruscamente una y otra vez contra la parte interior de mis muslos. Gemidos de dolor y de impotencia escapan de mi garganta sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Me está violando… Roberto me está violando. Me hace daño, y lo peor no es el dolor físico; duele mucho más la humillación y la impotencia. Jadea en mi oído como un cerdo. Me desgarra… me rompe. Ya no opongo resistencia ni intento escapar, no puedo. Me aferro con fuerza al marco superior de la mampara como si me fuera en ello la vida hasta que las manos me duelen, pero aún así no lo suelto ni aflojo la presión. Que termine de una vez.
Se corre dentro de mí. Lo empujo y va de espaldas contra la pared, resbalando despacio hasta el suelo, gimiendo. Yo salgo de la bañera y él se queda ahí.
El dolor punzante continúa. Encogida, con los brazos cruzados en el vientre, fijo la vista unos segundos en las marcas que dejaron sus dedos. Tengo nauseas.
No hay papel, cojo las bragas que quedaron tiradas en el suelo y froto con rabia los restos de semen que aún permanecen en mi cuerpo. Intento limpiar con ellas también el momento que acabo de vivir: la humillación, la vergüenza, el desamparo.
No hay papel, cojo las bragas que quedaron tiradas en el suelo y froto con rabia los restos de semen que aún permanecen en mi cuerpo. Intento limpiar con ellas también el momento que acabo de vivir: la humillación, la vergüenza, el desamparo.
- Perdóname - Llora. Yo ni siquiera puedo.
- Hijo de puta. No me vuelvas a tocar en tu vida - La irritación apenas me permite despegar los labios, tengo las mandíbulas apretadas y sólo se escucha un susurro. Pero sé que me ha oído.
Estoy temblando y me cuesta ponerme la camiseta.
- Perdóname, perdóname, perdóname…
Lo miro antes de salir del cuarto de baño. Sigue sollozando en el suelo de la bañera, recostado contra la pared.
De camino al dormitorio las lágrimas brotan al fin y se deslizan despacio por mis mejillas, resbalan por el cuello y mojan la ropa.
De camino al dormitorio las lágrimas brotan al fin y se deslizan despacio por mis mejillas, resbalan por el cuello y mojan la ropa.
¿Cómo se recomponen los trozos de corazón que quedaron esparcidos por la bañera?
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P. Rodríguez