Se elevó al cielo en una centella meteórica,
quería alcanzar al sol, vencer a Ícaro,
logrando su cometido, de regreso como nébula
se estrella en el adoquín y se crea perfecta
con sabor humano, era el principio de la panspermia,
la iniciación del perfecto testamento,
una reliquia sideral con nombre y tacto de mujer,
fundada para causar mutis y estallido, perpetuos amoríos,
sádicos encuentros, romances canallas, colapsos disolutos.
Adormecía el pensamiento cuando supe
que ella y Alá existían, la comprobación era sencilla,
juntar los labios y escuchar un letárgico suspiro
directo en el rostro, no pedía más, 27 segundos
serían suficientes para volver a amarla,
sentir los brazos de un pasado descontinuo,
volátil pero perfecto.
Era truncar el camino de la luna
para hallarla en el fulgor azul del frío destierro,
procurar sus ojos entre mis palmas y tomar sus manos
para esculpir mi propio sacramento, ahora real y completa,
resulta concupiscente, histriónica, rebelde y audaz,
un sequito de términos que se divulgan
con los labios en la noche del dragón.
No era lo mismo el duelo sin ella y tampoco el firmamento,
no el Olimpo, no mi espada, una palabra
fue suficiente para galopar mi sangre, secar mis restos,
emanciparlos del alba para creerme santo, jubiloso,
talvez no decía nada, pero yo quería que no dijera nada,
para hondar el recuerdo y desfigurar presente y misterio,
convirtiendo curvas y aristas en pertenencias
inequívocas atrapadas en mis dedos.
Mordí el anzuelo y aventuré mi carácter a redimir
daños y secretos, profundas soledades,
pasado de largo un lustro ya torcido, ya inventado,
no es lo mismo besar una boca,
a besar la boca a la que pertenezco.
En la bélica melancolía de volvernos a encontrar.
te juro que no es tu boca, es sólo tu… boca.