EDITORIAL
Felicidades a una de nuestras más entusiastas colaboradoras: Verónica Delgado, por su cumpleaños. Que nunca te haga falta nada que necesites, salud. Y múltiples abrazos.
No se quede sin su lugar. Aparte.
Costo de ingreso: $600.00
Fecha: 27 de septiembre del 2014, de 2 a 6 de la tarde
Seis modelos (15 minutos en lencería de época)
para edición de una línea retro.
Café, vino y galletas.
Informes al 04455-4071-1578
Y de nuestro taller anterior:
Mario Go Ma
https://www.facebook.com/irma.ruiz.52206?fref=ts
Modelo: Verónica Peregrina
https://www.facebook.com/veronica.peregrinamalo?fref=ts
Modelo: Vainilla Shibari
https://www.facebook.com/sakura.shibari?fref=ts
Modelo: Alline
https://www.facebook.com/profile.php?id=100004430805935&fref=ts
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Espasmos, te quiero, salmos,
muy dentro de tu estrecho valle
las paredes del sentir
se regocijan,
pintada de semillas,
Eterna, eres deseterna,
eternizada, ineterna, tú,
eh,
hacia dentro de ti, hacia dentro de ti,
canto la grieta del mástil de los huesos,
Rojorrojo, arpegiado muy detrás
del vello del pubis, en las cavernas,
fuera, alrededor
el infinito canon-de-ningún-sitio,
me tiras la corona
nueve veces entrelazada
de colmillos goteantes.
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Paul Celan
De "Hebras del sol"
Espasmos, te quiero, salmos,
muy dentro de tu estrecho valle
las paredes del sentir
se regocijan,
pintada de semillas,
Eterna, eres deseterna,
eternizada, ineterna, tú,
eh,
hacia dentro de ti, hacia dentro de ti,
canto la grieta del mástil de los huesos,
Rojorrojo, arpegiado muy detrás
del vello del pubis, en las cavernas,
fuera, alrededor
el infinito canon-de-ningún-sitio,
me tiras la corona
nueve veces entrelazada
de colmillos goteantes.
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Desde el alma de Alma Beatríz
Por Beatríz Fernández
Me llena de nerviosismo pensar en ti, ese hombre que deseo
ardientemente ¿Sabes cómo te definiría?... contigo no necesito correr tras un
orgasmo, estar juntos es como un orgasmo ininterrumpido, que ha formado parte
de mis días y mis noches…
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Me urge todo lo que se esconde debajo de tu ropa, te quiero
para mí, te siento en mi piel, me fascinas, necesito ser tuya y hacerte mío,
alborotas mi vida cada día con este deseo que se hace más grande y me quema,
recuerdo cada locura que hago para poder estar a tu lado… quédate siempre en mi
vida sé mi loca pasión, mi delirio, mi amigo, la piel que me abrigue cuando
pienso en tus cariños, el lazo que me prenda a ti…
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Sociales
¿Cómo enfrentar la violencia de género en el transporte
público?
México como caso de estudio
Programa "Viajemos Seguras en el Transporte
Público", donde participan diez dependencias de gobierno (PGJDF, SSPDF,
SETRAVI, STC, RTP, Metrobús, STE, LOCATEL, INJUVEDF e InmujeresDF).
Foto:
especial
Sexto
desastre ecológico en México en un mes: ahora en Sinaloa (Animal Político,
04/09/14) » peces-muertos-mazatlan
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Tus pies descalzos,
Tus senos descubiertos:
Bello paisaje
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Versos como balas
Por Agathokles
He temido a los aullidos, pero no a los motivos del lobo,
a su rededor la nieve se dispara mientras la muerte se
disipa,
y el trono del mundo o de su fin se le entrega a este loco
con una parte de cicuta y dos tantos de ajenjo y mirra,
Nunca es vergüenza batallarse en el hocico de un hombre,
con olor a tabaco viejo y vino naciente del simiente propio.
Sí perdí la ventura es porque ésta me abandonó de nacido,
cuando se decía que Dios era Verbo y no la ausencia del
mismo,
el profeta no ha cumplido su parte con el fiero destino,
la mujer ha dejado las bragas húmedas y corre libre,
fuera de las fauces, lejos del cuerpo hambriento del lobo
embravecido.
Ahora me voy sin querer que a mi travesía me sigas de
sombra,
a pasos raudos y el hígado desbocado, lleno de lo nuestro,
emasculando mis últimas letras y lo que me quedaba de cuerpo
en medio de estas piernas, jamás tuyo, siempre del averno.
Toma de mi mano esta poesía que es canalla, que ha acabado,
se va como ave blanca, como paloma de luto y encuervada,
sin un final que no sea en tu boca y un principio encima de
tu espalda.
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Burilador
Por Pé de J. Pauner
La mujer abandonada
La seguí. ¡Por supuesto que la seguí! La dulzura de pasar
algún tiempo a su lado (y el placer de tener a una alumna, una esclava sexual)
compensaría mi posterior dolor de abandonarla. Por breve que fuera el dolor y
larga la ausencia. Lo hice no porque temiera el qué dirán (un dionisíaco no
teme esto) sino por respeto a su timidez.
Vivimos, pues, en un algún lugar secreto que se volvió un estado mental, una utopía de sexo, amor y desafío...
Mandamos al diablo a su familia, a sus amigos y a mi empleo en una editorial, con los ahorros viviríamos algunos meses y después ya veríamos qué hacer. Nadie conocía nuestros nombres reales y construimos muros de luz, de viento y de agua a las intervenciones del mundo de fuera. Muros de letras que levantaba yo con cuentos y ella con malos poemas.
Ella salía con vestidos que se transparentaban a la luz, caminando entre los puestos ambulantes, sin ropa interior. Yo siguiéndola a varios pasos de distancia... satisfecho de las miradas ávidas de los hombres, de las miradas escandalizadas de las hipócritas, las mojigatas. Luego caía sobre ella en el descampado y la penetraba larga, lentamente hasta terminar en su interior caliente, húmedo y salado como el aire de un puerto por la mañana.
Cuando me ponía a escribir por días y la olvidaba se me acercaba y susurraba: "No llevo nada debajo", salíamos entonces al campo, rápidamente, como si en la demora estuviéramos perdiéndonos de algo, y ahí, entre las ruinas de una vieja fábrica, ahí, teníamos sexo salvaje, sucio, sin miramientos, sin reparar en la hierba que picaba en las nalgas desnudas o en las hormigas que picaban en los muslos, el sexo, las tetas o la barba. Ahí, donde el calor subía desde el suelo en lenguas que reverberan, ahí donde el viento mismo quema. Y no nos importaba terminar mojados (del agua de la hierba, de la tierra o de la de nuestros cuerpos) y regresábamos por la tarde, cuando no nos miraran mucho por la calle, todos cubiertos de ronchas, con la piel roja y con una comezón del demonio, con basura de hierbas entre los dedos de los pies, entre las piernas, aún con bichos encima pero satisfechos, plenos y vacíos a la vez...
La seguí, por supuesto que la seguí. Sólo le pedí que no se enamorara, que no confundiera el éxtasis con el amor y fue el primer error en que cayó. Desde el principio debí saberlo pero continué, algo me hizo continuar; fueron, tal vez, sus ojos verdes como la clorofila en las orquídeas o el gesto que hacía con la boca cuando se enojaba o cuando algo le entristecía; me recordaba el gesto de abandono de algunas esculturas funerarias del XIX, esas que le crecían a los victorianos en cementerios y jardines. Y yo, romántico siempre, me prendí de eso, de ese gesto, de ese algo y conduje su barca a los riscos donde encallaría y haría agua, para terminarla de una vez. Muchas historias de pasión acaban con una escena realista donde los llantos de un bebé destruyen la fantasía. Por fortuna (por azar, por biología o por lo que su chingada madre haya sido) esta no terminó así.
La seguí, sí, porque, como dijo Balzac en "La mujer abandonada"(y esto le va bien a cualquier dionisíaco): "Algunos hombres apasionados no podrían amar a una mujer lo suficientemente hábil para escoger su terreno, y éstos son los refinados".
Vivimos, pues, en un algún lugar secreto que se volvió un estado mental, una utopía de sexo, amor y desafío...
Mandamos al diablo a su familia, a sus amigos y a mi empleo en una editorial, con los ahorros viviríamos algunos meses y después ya veríamos qué hacer. Nadie conocía nuestros nombres reales y construimos muros de luz, de viento y de agua a las intervenciones del mundo de fuera. Muros de letras que levantaba yo con cuentos y ella con malos poemas.
Ella salía con vestidos que se transparentaban a la luz, caminando entre los puestos ambulantes, sin ropa interior. Yo siguiéndola a varios pasos de distancia... satisfecho de las miradas ávidas de los hombres, de las miradas escandalizadas de las hipócritas, las mojigatas. Luego caía sobre ella en el descampado y la penetraba larga, lentamente hasta terminar en su interior caliente, húmedo y salado como el aire de un puerto por la mañana.
Cuando me ponía a escribir por días y la olvidaba se me acercaba y susurraba: "No llevo nada debajo", salíamos entonces al campo, rápidamente, como si en la demora estuviéramos perdiéndonos de algo, y ahí, entre las ruinas de una vieja fábrica, ahí, teníamos sexo salvaje, sucio, sin miramientos, sin reparar en la hierba que picaba en las nalgas desnudas o en las hormigas que picaban en los muslos, el sexo, las tetas o la barba. Ahí, donde el calor subía desde el suelo en lenguas que reverberan, ahí donde el viento mismo quema. Y no nos importaba terminar mojados (del agua de la hierba, de la tierra o de la de nuestros cuerpos) y regresábamos por la tarde, cuando no nos miraran mucho por la calle, todos cubiertos de ronchas, con la piel roja y con una comezón del demonio, con basura de hierbas entre los dedos de los pies, entre las piernas, aún con bichos encima pero satisfechos, plenos y vacíos a la vez...
La seguí, por supuesto que la seguí. Sólo le pedí que no se enamorara, que no confundiera el éxtasis con el amor y fue el primer error en que cayó. Desde el principio debí saberlo pero continué, algo me hizo continuar; fueron, tal vez, sus ojos verdes como la clorofila en las orquídeas o el gesto que hacía con la boca cuando se enojaba o cuando algo le entristecía; me recordaba el gesto de abandono de algunas esculturas funerarias del XIX, esas que le crecían a los victorianos en cementerios y jardines. Y yo, romántico siempre, me prendí de eso, de ese gesto, de ese algo y conduje su barca a los riscos donde encallaría y haría agua, para terminarla de una vez. Muchas historias de pasión acaban con una escena realista donde los llantos de un bebé destruyen la fantasía. Por fortuna (por azar, por biología o por lo que su chingada madre haya sido) esta no terminó así.
La seguí, sí, porque, como dijo Balzac en "La mujer abandonada"(y esto le va bien a cualquier dionisíaco): "Algunos hombres apasionados no podrían amar a una mujer lo suficientemente hábil para escoger su terreno, y éstos son los refinados".
Y la pasión, ese instante tendido entre el interés sexual y el desenamoramiento, es un tablero de ajedrez sobre el que se debe saber jugar un juego sutil, fino y decisivo.
¡La seguí, claro que la seguí!
La dejé luego, a los tres meses y no he vuelto a verla más...
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El vídeo de la semana
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El Rinconcito
Esta semana:
Eva Bustani
Sentada en la parada del autobús yace una mujer sin
esperanzas, recargando su cabeza con su pesada alma en el poste que sostiene el
techo. Lanzando una mirada al cielo, escurriendo lágrimas sobre sus mejillas
parando en la comisura de sus labios, se dice para sus adentros: "Lo
siento, madre. Perdóname por no darte una vida de calidad como la que buscaste
darme, sin que tuvieras que pasar tu vejez con penurias, mi luna de pies
cansados".
Yace una mujer a la sombra de una nube tan gris como sus
entrañas.
Sentada en la parada del autobús yace una mujer sin
esperanzas, recargando su cabeza con su pesada alma en el poste que sostiene el
techo. Lanzando una mirada al cielo, escurriendo lágrimas sobre sus mejillas
parando en la comisura de sus labios, se dice para sus adentros: "Lo
siento, madre. Perdóname por no darte una vida de calidad como la que buscaste
darme, sin que tuvieras que pasar tu vejez con penurias, mi luna de pies
cansados".
Yace una mujer a la sombra de una nube tan gris como sus
entrañas.
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Si leer es un placer...
En fin, me lancé a los pechos, chupando primero uno, luego el otro, me sentía como un niño. Al menos sentía lo que yo imaginaba que podría sentir un niño. Me daban ganas de llorar de lo bueno que era. Tenía la sensación de poder estar allí chupando aquellos pechos eternamente. A la chica parecía no importarle. ¡De hecho, brotó una lágrima! ¡Era tan delicioso, el que brotara una lágrima! Una lágrima de plácido gozo. Navegando, navegando. Dios, ¡lo que tienen que aprender los hombres! Yo había sido siempre hombre de pierna, mis ojos siempre quedaban atrapados por las piernas: las mujeres que salían de los coches me dejaban siempre absolutamente extasiado. No sabía qué hacer. Ay, cuando salía una mujer de un coche y yo veía aquellas PIERNAS... SUBIENDO. Todo aquel nylon, aquellas trampas, toda aquella mierda... ¡SUBIENDO! ¡Demasiado! ¡No puedo soportarlo! ¡Piedad! ¡Que me capen como a los bueyes!... Sí, era demasiado... Y ahora, me veía chupando pechos. En fin.
Metí las manos bajo aquellos pechos, los alcé. Toneladas de carne. Carne sin boca ni ojos. CARNE CARNE CARNE. Me la metí en la boca y volé al cielo.
Luego me lancé a su boca y empecé a bajarle las bragas rojas. Luego la monté. Pasaban navegando vapores en la oscuridad. Me echaban chorros de sudor por la espalda los elefantes. Temblaban en el viento flores azules. Ardía trementina. Eructaba Moisés. Un neumático bajó rodando una verde ladera. Y así terminó todo. No tardé mucho. Bueno... en fin.
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones (fragmento).
Charles Bukowski.
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Casa de citas
«Pero algo se ha desfondado por completo en el cuarto. Alguien se ha ido. O se ha borrado. Alguien, quizá imprescindible, ya no está. Alguien se ríe a solas en otra parte. Y la lluvia se estrella cada vez con más delirante fuerza sobre los cristales y también sobre el aire vacío y sobre el hondo aire azul y sobre lo que está en ninguna parte y es interminable.»
Enrique Vila-Matas
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http://fundacionjumex.org/patrocinios
http://fundacionjumex.org/patrocinios
cafe_dona_julia@hotmail.com
04455-4071-1578
$80 el medio kilo
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