Siete promesas que violé con tal de mirarte desnuda,
el celibato, varios capitales, otros tantos de Moisés,
un botón por cada verso, la prenda completa por una estrofa,
el instinto, la lujuria con que caían, estaba por abandonar,
tu voz desprendía una melodía conocida por prohibida,
mis manos temblaban cada paso adelante, la boca me traicionaba,
evocando oximorones, hiperbatones, consonantes y rimas en jauría,
cada paso más desnuda y más penetrante tu perfume de madera,
olvidé la moral y dejé la soberbia en el vaso con vino, era la hora,
el momento indicado de creer y crecer de nueva vez,
una luz rojiza hizo profunda la habitación, se dibujaron tus senos,
medusas incipientes que petrifican al cruzar la pupila,
el frío jugaba y delataba la dilatación constante de tus pezones,
endurecía tu dermis y marcaba una sonrisa lasciva en tu rostro,
la poesía seguía fluyendo, la última prenda cayó de tajo,
era turno en que mis manos comenzaran con el pacto silencioso,
me deshice de la beatitud y la hipocresía, era un ente desnudo,
capaz de terminar de desmadrar el testamento entero por tomarte,
tus piernas se abrieron liándome al acto inconcluso en otros encuentros,
tomé el vaso y derramé todo el contenido en tu piel de terciopelo,
lo lamí enfurecidamente, te tendí porque era mi naturaleza fiera,
dejé que mi sexo se encajara deprisa hasta llegar a la espina,
no conté los minutos, pero sí los orgasmos, cuatro tuyos, dos míos,
fieras coagulantes creando el arte del placer obsceno,
la lírica ahora transformada en caprichos sensuales y malhablados,
no sé si fueron días los que pasamos bajo las sábanas,
lo que puedo asegurar es que nadie había viajado al paraíso
y regresado para dar testimonio que las vírgenes existen y todas…
llevan tu nombre.
el celibato, varios capitales, otros tantos de Moisés,
un botón por cada verso, la prenda completa por una estrofa,
el instinto, la lujuria con que caían, estaba por abandonar,
tu voz desprendía una melodía conocida por prohibida,
mis manos temblaban cada paso adelante, la boca me traicionaba,
evocando oximorones, hiperbatones, consonantes y rimas en jauría,
cada paso más desnuda y más penetrante tu perfume de madera,
olvidé la moral y dejé la soberbia en el vaso con vino, era la hora,
el momento indicado de creer y crecer de nueva vez,
una luz rojiza hizo profunda la habitación, se dibujaron tus senos,
medusas incipientes que petrifican al cruzar la pupila,
el frío jugaba y delataba la dilatación constante de tus pezones,
endurecía tu dermis y marcaba una sonrisa lasciva en tu rostro,
la poesía seguía fluyendo, la última prenda cayó de tajo,
era turno en que mis manos comenzaran con el pacto silencioso,
me deshice de la beatitud y la hipocresía, era un ente desnudo,
capaz de terminar de desmadrar el testamento entero por tomarte,
tus piernas se abrieron liándome al acto inconcluso en otros encuentros,
tomé el vaso y derramé todo el contenido en tu piel de terciopelo,
lo lamí enfurecidamente, te tendí porque era mi naturaleza fiera,
dejé que mi sexo se encajara deprisa hasta llegar a la espina,
no conté los minutos, pero sí los orgasmos, cuatro tuyos, dos míos,
fieras coagulantes creando el arte del placer obsceno,
la lírica ahora transformada en caprichos sensuales y malhablados,
no sé si fueron días los que pasamos bajo las sábanas,
lo que puedo asegurar es que nadie había viajado al paraíso
y regresado para dar testimonio que las vírgenes existen y todas…
llevan tu nombre.
Buffff...............................
ResponderEliminarBUENISÍMO
me suena este tal agathokles... no es el mismo de canonicarte?
ResponderEliminarse la pasa echándose a la virgen... necesita un doctor de esos que quitan virgenes con la cabeza...
sin albur. jajaj