lunes, abril 5

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Escrito en el cuerpo (Jeannette Winterson, Inglaterra)


Modelo: Edith
Foto: Marváz

No puedo pensar en la doble curva, tan ágil y fluida en sus movimientos, como en una cordillera ósea.

Pienso en ella como en el instrumento musical que tiene la misma raíz. Clave. Tecla. Clavicordio. El primer instrumento de cuerda con teclado. Tu clavícula es a la vez teclado y clave. Si toco con los dedos las hondonadas que hay detrás del hueso me pareces un cangrejo de cáscara blanda. Busco los huecos entre los ligamentos de los músculos para apretarme contra los acordes en los tendones de tu cuello. El hueso recorre una perfecta escala desde el esternón a la escápula. Parece torneado. ¿Por qué un hueso iba a tener algo que ver con el ballet?

Tienes un vestido escotado que acentúa tus pechos. Supongo que el escote es el centro adecuado de atención, pero lo que yo quería hacer era apretar entre el índice y el pulgar los pernos de tu clavícula, abrir la mano, extender su red hasta cubrir tu garganta. Me preguntas si quería estrangularte. No, quería ajustarme a ti, no superficialmente, sino siguiendo todos los accidentes del terreno. Era un juego, encajar hueso con hueso. Creí que la mayor parte de la atracción sexual radicaba en la diferencia, pero hay muchas cosas iguales de ti en mí. Hueso de mi hueso. Carne de mi carne. Para recordarte toco mi propio cuerpo. Así era ella, aquí y aquí. La memoria física atraviesa a tientas las puertas que la mente ha intentado sellar. Una llave de hueso, una llave maestra para entrar en la cámara de Barbazul. La maldita llave que abre la puerta del dolor.

El juicio me dice que olvide, el cuerpo aúlla. Los pernos de tu clavícula me desarman. Así era ella, aquí y aquí.

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