EDITORIAL
La fotografía erótica, desde sus albores, es un elemento recurrente en la vida cotidiana. Las publicaciones actuales, llámense diarios, revistas, pasquines, libros, y un infinito etcétera, están llenas de impresiones mostrando el lado sensual del ser humano.
La diferencia estriba en el modo y la forma. Algunos buscan la “perfección” estética con locaciones fabulosas, modelos “estéticas”, y el respectivo retoque digital; con el objetivo de establecer cánones de cuerpos y rostros no concordantes con el grueso de la población. Otros más juegan con la perversión que produce la exhibición explícita, la mayoría con escasa visión moral y ética al respecto. También existen publicaciones amarillistas que juegan con la ambivalencia de cuerpos desnudos al lado de otros mutilados, sí: existen. Cada una de esas tendencias entrañan un peligro a la psique humana.
Afortunadamente muchos de los fotógrafos actuales buscan la exposición del cuerpo sin otro objetivo que naturalizarlo. Artistas de la calidad de Alejandro Zenker, Antonio Velázquez, Ernesto Guzmán, Gibrán García, Johanna Espinosa, Anton Barrera, Ulises Márquez, Arturo Pizá, Antonio Barssé, Ulises Velázquez, Emmanuel Moreno, Héctor Álvarez, Elizabeth Castro, Francisco Caviedes, Alex Zmeckye, Luis Hernández, por mencionar a algunos; son generadores de propuestas visuales de indudable oficio. Aunque en algún momento, todos, han sido víctimas de la censura. A medida de mostrar es como se educa el ver. Un abrazo a todos ellos, ojalá pronto contemos con sus colaboraciones.
Damos las más grandes gracias a Ana Paola, excelente narradora, bellísima modelo, libre pensadora muy objetiva, por haber dejado su belleza ante mi cámara. Hace algunos años que pudimos hacer estas tomas, las cuáles trabajamos para darles el aire antiguo que se muestra. La actitud de la modelo es apabullante y así pudo ser captada por la cámara. Mil gracias Ana.
Disfruten.
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Fotografías: Éric Marváz.
Modelo: Ana Paola.
Se me olvidó tu nombre,
no recuerdo
si te llamabas luz o enredadera,
pero sé que eras agua
porque mis manos tiemblan cuando llueve.
Se me olvidó tu rostro y tu pestaña
y tu piel por mi boca transitada
cuando caímos bajo los cipreces
vencidos por el viento,
pero sé que eras luna
porque cuando la noche se aproxima
se me rompen los ojos
de tanto querer verte en la ventana.
Se me olvidó tu voz, y tu palabra,
pero sé que eres música
porque cuando las horas se disuelven
entre los manantiales de la sangre
mi corazón te canta.
Carlos Medellín
(Colombia)
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Je suis Ale
Por Alexander Zmeckye
Voy a guardar celosamente esa hoja del calendario. Aunque a veces no sea suficiente. Sé que conoces de mis perversiones y debilidades, de sobra sabemos cuáles son. A mí me gusta tu vida sin mí pero te extraño. Aunque hoy me hablas de tus días, de las vacaciones de julio, de lo oscuro que se pone el cielo con ganas de llover… y tú me llueves, te extraño como a un miembro perdido. Me llueves. Me mojas todo, me riegas, me ablandas. Cómo te extraño.
Me pone una sonrisa en la boca tu amenaza:
“Te secuestraré, te ataré a la cama, me aprovecharé de ti, te violaré una y otra vez. Me sobran sueños para repartirlos contigo.” Berta.
¿Ves cuánto te espero?
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Desde el alma de Alma Beatríz
Por Beatríz Fernández
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Y sólo te espero a ti en esta noche, es una tortura deliciosa, tenerte lejos y sentirte tan cerca, hiciste que me transportara por unos segundos que rayaron en lo eterno, al paraíso de los recuerdos, de las sensaciones y de los placeres tan largamente acariciados como añorados…
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El placer es mío
Por Berta Tarbe
Miradas textibertadas
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El Rinconcito
Esta semana de nuevo Ivette.
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Otros demonios
¿Fallé en otro capítulo? Los revisé todos. Le pedí felación cuando intuí que ella quería mamar verga, que agarrarla de la nuca y acercarla a mi pene levantado como a una esclava dócil era el placer que queríamos los dos. Pero también entendí cuando lo que quería ella era un cunilingüe lento y asombrado con el que mi lengua iba descubriendo el sexo invisible de Diana, avergonzándome de la obstrucción brutal de mi propia forma masculina, güevona, evidente como una manguera abandonada en un jardín de pasto rubio; en ella, en Diana, el sexo era un lujo escondido, detrás del vello, entre los repliegues que mi lengua exploraba hasta llegar al pálpito mínimo, nervioso, azogado y azorado, de su clítoris de mercurio puro. Los sesenta y nueves no faltaron, y ella poseía la infinita sabiduría de las verdaderas amantes que conocen la raíz del sexo del hombre; el nudo de nervios entre las piernas, a distancia igual entre los testículos y el ano, donde se dan cita todos los temblores viriles cuando una mujer nos acaricia allí, amenazando, prometiendo, insinuando uno de los dos caminos, el heterosexual de los testículos o el homosexual del culo. Esa mano nos mantiene en vilo entre nuestras inclinaciones abiertas o secretas, nuestras potencialidades amatorias con el sexo opuesto o con el mismo sexo. Una amante verdadera sabe darnos los dos placeres y darlos, además, como promesa, es decir, con la máxima intensidad de lo solamente deseado, de lo incumplido. El amor total siempre es andrógino.
¿Ella misma quería que yo la sodomizara? Lo hice de las dos maneras, poniéndola en cuatro patas para entrar por su vagina desde atrás, o lubricando su ano para entrar, desgarrándolo, al capullo de su mayor intimidad. Untos se los di, la regué con champaña una noche, rociándonos los dos entre carcajadas; de su espléndido aroma vaginal de frutas maduras ya hablé; le rocié mi loción masculina en las axilas y entre las piernas; ella me escondió su propio perfume detrás de mi oreja, para que durara siempre allí, dijo; yo mismo la engalané como a una Venus doméstica con la espuma de mi tarro de afeitar (Noxzema) y una tarde de domingo aburrida le afeité los sobacos y el pubis, guardándolo en otro tarro abandonado de mermelada, hasta que floreciera o se corrompiera, qué se yo...
Diana o la cazadora solitaria. Fragmento III.
(Carlos Fuentes, México)
Egon Schiele (1890-1928) |
Rapándoselo estaba cierta hermosa,
hasta el ombligo toda arremangada,
las piernas muy abiertas, y asentada
en una silla ancha y espaciosa.
Mirándoselo estaba muy gozosa,
después que ya quedó muy bien rapada,
y estándose burlando, descuidada,
metióse el dedo dentro de la cosa.
Y como menease las caderas,
al usado señuelo respondiendo,
un cierto saborcillo le dio luego.
Mas como conoció no ser de veras,
dijo: «¡Cuitada yo! ¿Qué estoy haciendo?
Que no es ésta la leña deste fuego».
Atribuido a Quevedo.
Fechado entre 1580-1595.
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Prostitución en Latinoamérica
Documental
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Casa de citas
Casa de mala nota
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